La conocí en la Universidad como Anamar. En el periódico Presencia me enteré que era postulante a la Defensoría del Pueblo. No era mi candidata. Quería que el Congreso de la República elija a Rafael Puente. En mi opinión, Ana María Romero de Campero era funcional al sistema de la partidocracia (eran tiempos de dura resistencia al neoliberalismo apátrida).
Doña Anita hizo trizas mis sospechas basadas en su procedencia de clase e historia política y me enseñó que en tema de personas mejor guiarme por juicios y no por prejuicios. Sus frutos hablaron por ella a lo Martí: la mejor forma de decir es haciendo. El día que presentó un informe en el que afirmó con argumentos que los agentes de la DEA que operaban en el país eran “mercenarios”, disfruté como un niño con Navidad asegurada al titular en portada semejante notición que tocaba a la “embajada”, tan temida por los gobiernos de entonces y tan “apreciada” por algunos propietarios y directores de medios.
En octubre de 2003, me dejó otra vez con la boca abierta cuando decidió iniciar una huelga de hambre para frenar la masacre cometida por Goni y Sánchez Berzaín en El Alto. Puso el pecho, las ideas y sus principios ante las balas de aquel Gobierno que mató 67 personas y dejó cerca de 400 heridos.
La primera vez que estreché su mano fue el día que la invitamos con René Zeballos a conducir el programa dominical Hagamos Democracia de la Red Erbol. Amable, franca, inteligente, modesta aceptó nuestra propuesta y la presentamos con bombos y platillos. En ese lapso, realizó un viaje al exterior y me encomendó suplirle en el programa; al regresar me entregó un presente que está entre mis tesoros personales. Es una cerámica blanca y plana con una leyenda en letras azules que dice: “lo que natura no da, Salamanca no presta”.
Desde ese entonces, sostuvimos largas charlas llenas de lecciones de vida, de valores humanos, de convicciones políticas, de sueños empujados colectivamente y de consejos: “Andrés, si un día llegas a alcanzar la gloria o asumes cargos importantes, nunca cambies; si ibas a pie a todo lado, seguí haciéndolo; si ibas a comprar pan, seguí yendo a comprar pan; si te movilizabas en minibús, seguí subiendo al minibús; de ese modo conservarás lo más valioso que tenemos las personas: humanidad y coherencia”.
Salté de alegría cuando aceptó leer el borrador y escribir en la contratapa de mi libro Mediopoder, Derecho a la Información. Fue lo máximo para mí que ella se refiera a las ideas que planteó en esa obra y participe en la presentación.
Un día me habló de UNIR. Doña Anita, siempre deletreando el futuro y buscando la senda de la inteligencia para resolver conflictos y velar por la calidad del periodismo. La última vez que charlé con ella fue en su sala cuando me comentó que quería vender su casa para irse a un departamento y me contó algo de sus planes. Ese día me regaló sus libros, ya los tenía, pero era otra cosa que ella me los dé en persona y autografiados.
Esa vez, le pregunté si pensó postular a la Presidencia. A la persona que no era mi candidata a la Defensoría del Pueblo, ahora le sugería candidatear a la Primera Magistratura, ¡qué paradoja! “No Andrés, ya no estoy para esos correteos”. Meses después: “Te cuento que acepté ser candidata a Senadora porque es momento de sostener este proceso”. ¡Qué tino! Estaba en el momento que la historia la requería.
¡Cuánto la extraña Bolivia, Doña Anita! Si usted hubiera estado en la Presidencia del Senado, hubiera evitado la borrachera de poder del MAS y hubiera sido la conciencia del poder para limitar arbitrariedades, rodillazos y muertos como en Caranavi. Vuelva pronto, por favor, la democracia necesita a su Primera Defensora del Pueblo.
* Andrés Gómez Vela es periodista.
Doña Anita hizo trizas mis sospechas basadas en su procedencia de clase e historia política y me enseñó que en tema de personas mejor guiarme por juicios y no por prejuicios. Sus frutos hablaron por ella a lo Martí: la mejor forma de decir es haciendo. El día que presentó un informe en el que afirmó con argumentos que los agentes de la DEA que operaban en el país eran “mercenarios”, disfruté como un niño con Navidad asegurada al titular en portada semejante notición que tocaba a la “embajada”, tan temida por los gobiernos de entonces y tan “apreciada” por algunos propietarios y directores de medios.
En octubre de 2003, me dejó otra vez con la boca abierta cuando decidió iniciar una huelga de hambre para frenar la masacre cometida por Goni y Sánchez Berzaín en El Alto. Puso el pecho, las ideas y sus principios ante las balas de aquel Gobierno que mató 67 personas y dejó cerca de 400 heridos.
La primera vez que estreché su mano fue el día que la invitamos con René Zeballos a conducir el programa dominical Hagamos Democracia de la Red Erbol. Amable, franca, inteligente, modesta aceptó nuestra propuesta y la presentamos con bombos y platillos. En ese lapso, realizó un viaje al exterior y me encomendó suplirle en el programa; al regresar me entregó un presente que está entre mis tesoros personales. Es una cerámica blanca y plana con una leyenda en letras azules que dice: “lo que natura no da, Salamanca no presta”.
Desde ese entonces, sostuvimos largas charlas llenas de lecciones de vida, de valores humanos, de convicciones políticas, de sueños empujados colectivamente y de consejos: “Andrés, si un día llegas a alcanzar la gloria o asumes cargos importantes, nunca cambies; si ibas a pie a todo lado, seguí haciéndolo; si ibas a comprar pan, seguí yendo a comprar pan; si te movilizabas en minibús, seguí subiendo al minibús; de ese modo conservarás lo más valioso que tenemos las personas: humanidad y coherencia”.
Salté de alegría cuando aceptó leer el borrador y escribir en la contratapa de mi libro Mediopoder, Derecho a la Información. Fue lo máximo para mí que ella se refiera a las ideas que planteó en esa obra y participe en la presentación.
Un día me habló de UNIR. Doña Anita, siempre deletreando el futuro y buscando la senda de la inteligencia para resolver conflictos y velar por la calidad del periodismo. La última vez que charlé con ella fue en su sala cuando me comentó que quería vender su casa para irse a un departamento y me contó algo de sus planes. Ese día me regaló sus libros, ya los tenía, pero era otra cosa que ella me los dé en persona y autografiados.
Esa vez, le pregunté si pensó postular a la Presidencia. A la persona que no era mi candidata a la Defensoría del Pueblo, ahora le sugería candidatear a la Primera Magistratura, ¡qué paradoja! “No Andrés, ya no estoy para esos correteos”. Meses después: “Te cuento que acepté ser candidata a Senadora porque es momento de sostener este proceso”. ¡Qué tino! Estaba en el momento que la historia la requería.
¡Cuánto la extraña Bolivia, Doña Anita! Si usted hubiera estado en la Presidencia del Senado, hubiera evitado la borrachera de poder del MAS y hubiera sido la conciencia del poder para limitar arbitrariedades, rodillazos y muertos como en Caranavi. Vuelva pronto, por favor, la democracia necesita a su Primera Defensora del Pueblo.
* Andrés Gómez Vela es periodista.
Extraído del blog La Mala Palabra
No hay comentarios:
Publicar un comentario