En caso de que se pierda el bolso, debe memorizar la nómina de los 24 premiados por la Academia del Cine. No revela bajo ninguna circunstancia la información.
Un domingo al año como hoy, Rick Rosas es el protagonista de un ajustado operativo de seguridad: carga un maletín con información valiosa que sólo dos personas en el mundo conocen de antemano, memoriza el contenido de la valija para el caso de que ocurra algún percance y sale a las calles de Los Ángeles para emprender un recorrido cuidadosamente trazado y no revelado, bajo la escolta policial.
No está en una misión de espionaje, ni custodia un secreto industrial valuado en millones: su tarea es la de entregar 24 sobres sellados que contienen los nombres de los ganadores del premio Oscar.
Rosas, nacido en Guadalajara y criado en EEUU, de padre mexicano y madre tejana, es uno de los dos empleados de la consultora Pricewaterhouse Coopers (PwC) que conocen el secreto antes que nadie. Junto a Brad Oltmanns, el mexicano sabe –y no revela bajo ninguna circunstancia– qué estrellas se llevarán la estatuilla a casa esta noche, como lo viene haciendo desde hace 11 años.
El meticuloso operativo del Oscar fue establecido por la Academia del Cine estadounidense después de que en 1939 el periódico Los Ángeles Times violara las reglas del embargo informativo y publicara la lista de ganadores antes de la ceremonia.
Así, desde hace 78 años, el secreto más codiciado de la industria cinematográfica se cuece en las oficinas de PwC, encargada del proceso de conteo de votos de principio a fin.
“Nosotros enviamos las papeletas de votación a los casi 6.000 miembros y luego ellos nos las devuelven directamente a nosotros, para evitar intervenciones. Después, lo que sigue es un conteo riguroso y hecho a mano, para evitar cualquier filtración por fallas de la tecnología. Es un trabajo meticuloso y arduo, sí. Pero no me pesa: después de todo, soy un contador”, dice Rosas, quien el resto del año se ocupa de prestar servicios de asesoramiento impositivo a empresas, entre ellas la Academia del Cine.
“Labios sellados”
El trabajo le insume al mexicano y a su colega Oltmanns varias semanas al año, porque comienza en la etapa de nominaciones: ellos son los encargados de recolectar las preferencias de los votantes en las 24 categorías en disputa y de reducir las sugerencias a unos cinco nominados –el número final que queda en casi todos los rubros–, los que hayan recibido más apoyo.
En la segunda etapa, recibirán las papeletas de votación final de las que saldrán los ganadores. Y cuando cierra el plazo para participar, llega la hora de contar.
“Nunca revelamos dónde conservamos las papeletas a medida que van llegando. Las abrimos todas juntas una vez que se cierra la votación, el martes antes de la entrega, e iniciamos el conteo manual”, señala Rosas.
Cuentan para ello con un equipo de colaboradores de “labios sellados”, comprometidos por contrato a guardar secreto sobre lo que revelen los números.
Son cuatro, trabajan en solitario en oficinas secretas y ninguno de ellos contabiliza una categoría completa. Luego, Rosas y Oltmanns juntarán las partes del rompecabezas para llegar a los nombres ganadores. Tres días de trabajo completo y 24 resultados.
“El conteo final lo hacemos sólo Brad y yo, para asegurarnos de que nadie más sepa lo que arroja el conteo final. Desde el viernes, que termina el proceso, mantenemos un perfil bajo' somos conscientes de que tenemos en nuestro poder un secreto codiciado”, dice y se ríe el mexicano.
Los nombres se imprimen luego en las tarjetas, una misión de la que se ocupa el dúo de expertos en persona, y los sobres dorados y lacrados quedan a resguardo en una caja fuerte: dos juegos, listos para irse al teatro Kodak para cuando llegue el momento de anunciar “y el ganador del Oscar es para'”.
Domingo de alfombra roja
Después, el operativo: el domingo de la fiesta mayor de Hollywood lleva a los dos contadores a transitar por la alfombra roja vestidos de estricto esmoquin.
Antes, Rosas tiene un ritual: toma el diario de la mañana, lee los pronósticos del Oscar y se ríe de las elucubraciones y desaciertos de más de un crítico especializado. Todo, asegura, en el más estricto silencio.
“Ni mi mujer me pregunta. Todos en mi círculo saben que nos tomamos esto en serio: a esta altura, mis conocidos se han rendido y ya no tratan de obtener información adelantada. En general, los que tratan de sonsacarnos algo son los medios, cuando caminamos por la alfombra y nos preguntan. Pero hay buena voluntad y entienden que no podemos abrir la boca”, revela.
Durante la ceremonia, se ubicarán detrás de escena, uno a cada lado del escenario, y se encargarán de entregar personalmente el sobre al presentador de turno. La custodia no los dejará solos ni un minuto hasta que se entregue el último galardón, el de mejor película.
Un domingo al año como hoy, Rick Rosas es el protagonista de un ajustado operativo de seguridad: carga un maletín con información valiosa que sólo dos personas en el mundo conocen de antemano, memoriza el contenido de la valija para el caso de que ocurra algún percance y sale a las calles de Los Ángeles para emprender un recorrido cuidadosamente trazado y no revelado, bajo la escolta policial.
No está en una misión de espionaje, ni custodia un secreto industrial valuado en millones: su tarea es la de entregar 24 sobres sellados que contienen los nombres de los ganadores del premio Oscar.
Rosas, nacido en Guadalajara y criado en EEUU, de padre mexicano y madre tejana, es uno de los dos empleados de la consultora Pricewaterhouse Coopers (PwC) que conocen el secreto antes que nadie. Junto a Brad Oltmanns, el mexicano sabe –y no revela bajo ninguna circunstancia– qué estrellas se llevarán la estatuilla a casa esta noche, como lo viene haciendo desde hace 11 años.
El meticuloso operativo del Oscar fue establecido por la Academia del Cine estadounidense después de que en 1939 el periódico Los Ángeles Times violara las reglas del embargo informativo y publicara la lista de ganadores antes de la ceremonia.
Así, desde hace 78 años, el secreto más codiciado de la industria cinematográfica se cuece en las oficinas de PwC, encargada del proceso de conteo de votos de principio a fin.
“Nosotros enviamos las papeletas de votación a los casi 6.000 miembros y luego ellos nos las devuelven directamente a nosotros, para evitar intervenciones. Después, lo que sigue es un conteo riguroso y hecho a mano, para evitar cualquier filtración por fallas de la tecnología. Es un trabajo meticuloso y arduo, sí. Pero no me pesa: después de todo, soy un contador”, dice Rosas, quien el resto del año se ocupa de prestar servicios de asesoramiento impositivo a empresas, entre ellas la Academia del Cine.
“Labios sellados”
El trabajo le insume al mexicano y a su colega Oltmanns varias semanas al año, porque comienza en la etapa de nominaciones: ellos son los encargados de recolectar las preferencias de los votantes en las 24 categorías en disputa y de reducir las sugerencias a unos cinco nominados –el número final que queda en casi todos los rubros–, los que hayan recibido más apoyo.
En la segunda etapa, recibirán las papeletas de votación final de las que saldrán los ganadores. Y cuando cierra el plazo para participar, llega la hora de contar.
“Nunca revelamos dónde conservamos las papeletas a medida que van llegando. Las abrimos todas juntas una vez que se cierra la votación, el martes antes de la entrega, e iniciamos el conteo manual”, señala Rosas.
Cuentan para ello con un equipo de colaboradores de “labios sellados”, comprometidos por contrato a guardar secreto sobre lo que revelen los números.
Son cuatro, trabajan en solitario en oficinas secretas y ninguno de ellos contabiliza una categoría completa. Luego, Rosas y Oltmanns juntarán las partes del rompecabezas para llegar a los nombres ganadores. Tres días de trabajo completo y 24 resultados.
“El conteo final lo hacemos sólo Brad y yo, para asegurarnos de que nadie más sepa lo que arroja el conteo final. Desde el viernes, que termina el proceso, mantenemos un perfil bajo' somos conscientes de que tenemos en nuestro poder un secreto codiciado”, dice y se ríe el mexicano.
Los nombres se imprimen luego en las tarjetas, una misión de la que se ocupa el dúo de expertos en persona, y los sobres dorados y lacrados quedan a resguardo en una caja fuerte: dos juegos, listos para irse al teatro Kodak para cuando llegue el momento de anunciar “y el ganador del Oscar es para'”.
Domingo de alfombra roja
Después, el operativo: el domingo de la fiesta mayor de Hollywood lleva a los dos contadores a transitar por la alfombra roja vestidos de estricto esmoquin.
Antes, Rosas tiene un ritual: toma el diario de la mañana, lee los pronósticos del Oscar y se ríe de las elucubraciones y desaciertos de más de un crítico especializado. Todo, asegura, en el más estricto silencio.
“Ni mi mujer me pregunta. Todos en mi círculo saben que nos tomamos esto en serio: a esta altura, mis conocidos se han rendido y ya no tratan de obtener información adelantada. En general, los que tratan de sonsacarnos algo son los medios, cuando caminamos por la alfombra y nos preguntan. Pero hay buena voluntad y entienden que no podemos abrir la boca”, revela.
Durante la ceremonia, se ubicarán detrás de escena, uno a cada lado del escenario, y se encargarán de entregar personalmente el sobre al presentador de turno. La custodia no los dejará solos ni un minuto hasta que se entregue el último galardón, el de mejor película.
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