En una de las biografías de Mafalda se dice que habría nacido el 15 de marzo de 1962. Lo que llevó a parte del mundo que sigue atentamente al personaje, a celebrar este 2012 lo que sería el cumpleaños 50 de la hija más famosa de Joaquín Salvador Lavado, Quino.
Hasta febrero, los preparativos de la fiesta iban viento en popa, hasta que el progenitor se enteró y quiso frenarlos en seco: en su página oficial se puso tajantemente: “El día de su primera publicación fue el 29 de septiembre de 1964 en la revista Primera Plana. Para Quino es el día del nacimiento de Mafalda como personaje de historieta”.
¿Cómo explicar la confusión? El mismo sitio lo intenta: “El mal entendido se debe a que en una tira del propio Quino publicada el 15 de marzo de 1966, en el diario El Mundo, se dice que habría nacido en 1960. Y en la biografía publicada el 2 de junio de 1968, en la revista Siete Días, el autor afirma que nació “en la vida real el 15 de marzo del 62”. Pero: “Ni una ni otra fecha son de tener en cuenta”. O sea, Mafalda tendría no dos, sino hasta tres fechas de nacimiento. Y, aunque Quino “considera que el cumpleaños de Mafalda es el día de su primera publicación en medios gráficos”, y que la cincuentena habrá que esperarla para 2014, nada impide que quienes admiran al personaje quieran, como el Sombrerero de Alicia, cantarle un ¡Feliz incumpleaños 50!
Que hay deseos de festejar lo comprueba Escape, que recibió la extraordinaria respuesta escrita y gráfica de varios colaboradores, toda vez que entre todos estábamos convencidos de que Mafalda alcanzaba ya nomás el medio siglo. Así que, contra la voluntad del padre —que además insiste en que una niña de historieta será siempre una niña—, nos adelantamos a alegrarnos por la madurez del personaje.
Un poquito de historia
Quino presentó a Mafalda en sociedad, como se tiene dicho, en 1964, con cuatro años de edad y la mantuvo activa hasta el 25 de junio de 1973; la niña tenía entonces ocho años. Cosas que sólo la ficción puede explicar: no creció sino cuatro años en nueve que transcurrieron en verdad.
Que al “morir” tenía toda la vida por delante, no se lo auguraba ni su padre. Y aquí está Mafalda, soplando una velita más, sin que haya dejado de ser la persona que escarba, oportuna como en la década en que vivió, en las heridas que la humanidad se empeña en mantener abiertas.
Mafalda es casi la hija no deseada de Quino: “Fue un encargo, no es que a mí se me ocurriera hacer esta familia. Fue un encargo para un anuncio de publicidad que nunca se hizo. Si debía crear un personaje tenía que tener rasgos muy reconocibles, como esa mata de pelo. Y a medida que la publicaba fui conociéndola, no tenía ni idea de cómo me iba a salir el personaje” (El País, Madrid, 2007).
Le salió ingeniosa, respondona, irónica y con la misma mezcla de pesimismo-optimismo del dibujante argentino-español.
Su creador dirá lo que dice, pero lo cierto es que pocos padres pueden ufanarse de tener una hija tan precoz: capaz de hablar más de 30 idiomas, incluido el griego y el chino, sin haber dejado nunca la primaria. Y exitosa: se ha perdido la cuenta de las reediciones de los libros que reúnen las tiras, los homenajes, los inéditos, etc., etc.
¿Qué tiene esta tira de humor que se empeña en estar vigente?
Quino lo explica por el lado positivo: “La gente necesita identificarse con un personaje con nombre y apellido. Es curioso lo que sucede con Mafalda; la gente la toma como si fuese una persona con vida propia. Me acusan: ‘Por qué mataste a Mafalda’. Como si un dibujo pudiera ser matado. Uno deja de dibujarlo, pero no lo mata”.
Y también por el lado negativo: “Si bien me halaga que se siga leyendo, también es triste pensar que los temas de los que hablaba siguen existiendo, a veces tienen otro nombre pero son los mismos. Lamentablemente muchas cosas no han cambiado. El mundo que existía en 1973, cuando dejé de hacer la tira y que Mafalda tanto criticó, está igual o peor que entonces” (El Malpensante, La Razón, 2000) l
‘Es mi compañera y mi conciencia’
Quiero mucho a Mafalda; es mi compañera y mi conciencia. Fue la que enseñó a leer a mis hijos, fue el regalo (Toda Mafalda ) para mi madre en Eslovenia, donde salía con el nombre de Marjanca. Está sentada en mi taller y me mira y se ríe de mí. Supongo que la muñequita que tengo es una de las truchadas que se han fabricado a partir de Mafalda, víctima de incombatible piratería. Como sea, ella está omnipresente y sigue tan mente fresca como cuando el genial Quino la creó. Pobre Quino, no se va a liberar de ella, a pesar de que después ha creado historias puede ser hasta más geniales. Conocer a Quino personalmente, gracias a Mabel Franco, fue uno de los eventos más importantes de mi vida. Poder charlar con alguien que según su trabajo parece entender y sentir la vida hasta la médula en todas sus tonalidades; pero que en vivo es la persona mas tímida y humilde a pesar de su fama mundial, fue una lección de vida. Cuando las musas se resisten a tocar mi puerta, siempre es saludable agarrar algún librito de Quino y no tardan en aparecer.
En este mundo abundan las Susanitas y “la mayoría manda”; pero sin Mafaldas estaríamos peor, ya que cues- tionar todo nunca hace mal a nadie. Ejti Stih, pintora
‘Son personajes tan humanos’
A Mafalda la conoce todo el mundo, desde mi tía más viejita hasta el último de mis sobrinos. Es uno de los personajes de la historieta mundial que más ha impactado en nuestro país. Una de las cosas que no olvido fue cuando Quino, su autor, llegó a La Paz en 2000 (volvió en 2001) invitado a la feria de libro; en esa ocasión, la fila para recibir autógrafos parecía interminable. Da gusto que tantos compartamos la misma afición y afectos. Pienso que una de las cosas que hace genial a la serie de tiras de Mafalda es la variedad de personajes y su carácter tan entrañable, comenzando por ella, por supuesto, y siguiendo con sus padres, Guille, Felipito, Manolito, Susanita, Miguelito y Libertad. Imagino que mucha gente se identifica íntimamente con un determinado personaje o con la suma de distintos rasgos de varios. Son personajes muy humanos. Susana Villegas, artista
‘De Quino valoro su humor sutil’
Mafalda es el primer referente que tuve del mundo en mi niñez; ella me ayudó a digerir eso de la Guerra Fría y otras cosas. Me encantaba que los personajes fuesen niños. Me enteré de que Quino había decidido “matarla” y hoy, yo que soy dibujante, entiendo cómo un artista puede llegar a quedar aprisionado por sus personajes; aunque después supe que tal muerte no era verdad, sigo pensando que matar a un personaje es algo valiente. De Quino valoro el humor sutil de no caer en algo que se suele usar en el humor gráfico: el hígado, el planfleto. Otra cosa difícil para un artista es encontrar una veta. Quizás Quino no se dio cuenta en principio de que la tenía en Mafalda, y creó otros personajes. De todos ellos, me quedo con Guille: si no puede decir “tortuga”, la patea; es como aprender a dejar las cosas sin dramas. Alejandro Archondo (Arxondo), artista
‘Refleja a la sociedad contemporánea’
Quino es por derecho propio uno de los maestros indiscutibles del humor. Con un estilo de dibujo inconfundible, su influencia llega a varias generaciones de humoristas y ha sido imitado y copiado hasta el cansancio. Con Mafalda ocurre lo mismo que con el Chavo del 8: forman parte del imaginario y la cultura popular latinoamericana, más allá de las fronteras. Sus personajes reflejan como pocos a la sociedad contemporánea, pese a haber sido creados hace tanto. Con seguridad, en algún momento hemos conocido a una Mafalda, Susanita, Felipe o Manolito de la vida real. Sus chistes nos harán reír y pensar por muchos años más, pues no envejecen porque son verdadero arte. Gracias por todo y ¡feliz cumpleaños! Frank Arbelo, dibujante y diseñador gráfico
Una amiga íntima
Quisiera recordar cuándo la conocí, en qué momento exacto entró a mi vida y qué impresiones me causó. Exprimo mi memoria, y nada. Me he enterado que es menor que yo (no mucho) aunque, a estas alturas, ¡hasta tres meses cuentan! Supongo que no puedo recordar con precisión porque, sencillamente, fue siempre parte de mi vida consciente, ésa que dicen comienza cuando ya sabemos leer. Las letras, con ella, eran imprescindibles, porque no bastaba verla, rara vez cambiaba la expresión, había que leerla ¡Y de qué manera! Cada frase contaba, porque, aunque solía tener la última palabra, antes que ella y con ella hablaban otros personajes de la familia y del barrio.
Una familia que podía ser como la de una, con el padre trabajando a disgusto en una oficina de mala muerte (Cada día mandamos un hombre al trabajo y ESTO es lo que nos devuelven) y una madre “ama de casa” haciendo milagros con el sueldo y la cocina (¿Mamá, qué te gustaría ser si vivieras?). Un barrio que podría ser el nuestro, con la tienda abierta casi las 24 horas del día (se habla mucho de depositar confianza pero nadie dice cuánto de interés te pagan), las amistades y enemistades en la misma cuadra y la vida siguiendo su curso.
Cómo nos divertíamos
Así es que, como no puedo recordar cuándo la conocí, supongo que crecí (es un decir, porque, como ella, me quedé por debajo del metro y medio). Fue en la adolescencia cuando, en verdad, hicimos amistad. Por precocidad, acceso e ilustración, ella conocía del mundo (el grande, no el del barrio) mucho más que yo. ¡Cómo nos divertíamos! Compartimos preocupaciones casi angustiosas (Dios mío, cuando nosotros dormimos, los chinos ¡trabajan!); la Guerra Fría nos calentaba (Me revienta tener al comunismo por un lado y al capitalismo por el otro, quedamos como un sándwich, y ya se sabe qué les pasa a los sándwiches); las dictaduras no nos podían hacer callar (Hay que respetar los derechos, que no queden como los diez mandamientos); la injusticia nos rebelaba (¿Qué habrán hecho algunos sures para merecer ciertos nortes?) y criticábamos el destino, nunca inevitable, que el medio mediocre quería destinar a las mujeres.
Con Mafalda, esa niña universal, transité desde los 60 hasta casi los 90 en un mundo con Guerra de Vietnam, dictaduras, carrera espacial, asesinato de Kennedy, onda hippie, psicoanálisis, feminismo y mil otras rebeldías (¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno!) Por eso fue y será mi amiga, aunque ya no hable en tiempo presente y sus angustias parezcan historia. Su historia, la mía. Carmen Beatriz Ruiz, comunicadora social
‘Trascender, sólo lo logra un genio’
Hay una anécdota que lo resume todo: hace unos tres o cuatro años, le preste el libro Toda Mafalda a la hermana menor de Karen Gil (ilustradora), quien nunca había oído hablar de Quino. Se leyó el libro de principio a fin muchas veces y se volvió uno de sus favoritos. Mientras ella lo leía, hablábamos sobre los chistes y ella los entendía perfectamente. ¿Se dan cuenta? Muchos son chistes sobre la coyuntura política de hace casi 50 años y los puedes leer mañana y los vas a comprender y reírte con ellos. Que tu obra trascienda los cambios sociales, políticos, estéticos, tecnológicos, etc., y que siga asombrando a quien se la encuentre por primera vez, medio siglo después que la escribiste, eso sólo lo logra un genio. Marco Tóxico Guzmán, historietista
Mafalda, el origen
Cuando nos conocimos con Mafalda teníamos casi la misma edad. Hacía poco que habíamos regresado a Buenos Aires con mi familia después de algo menos de un año viviendo en San Diego, California. La democracia se acababa de reinstaurar en la Argentina y mi padre decidió —en lo que aún hoy llama su “último ataque de credulidad”— que había que volver. Un día llegó a mis manos un enorme libro muy desgastado, sin lomo, de tapas duras y grises que se empeñaban en soltarse de la precaria encuadernación, y donde estaba dibujada una niña de enorme melena negra, un moño rojo y calcetines verdes: Diez años con Mafalda.
Recuerdo la violenta sacudida de aquel primer encuentro. No entendía muchas de las cosas que decía esa niña criticona, ingeniosa y avasalladora. Otras veces sus ocurrencias y las de sus amigos hacían que rompiera a carcajadas tan fuertes que podía oír a mis padres riendo por contagio en la habitación contigua.
Sin embargo, no estaba sólo en el humor el secreto que me tenía embrujado durante horas. Había algo en la combinación de los cuatro trazos y las pocas palabras que conformaban cada viñeta que me interpelaba. Algo latía ahí en un lenguaje anterior a los Beatles, a la guerra de Vietnam, a la liberación de la mujer y a la sopa. Un lugar anterior a todo, primitivo y deslumbrante, del que surgía el mundo entero que podía contarse con la fuerza bestial de esos cuatro trazos, desde donde Mafalda me hablaba. Mafalda era un oficio que me miraba directamente a los ojos con sus ojos redondos de tinta china y me decía en un lenguaje que entendía sin entender: “Tú eres esto”.
Y la miraba fascinado, como la ardilla mira las fauces del lobo que la está por devorar.
La fascinación se repite
Años después, cuando ya entendía los chistes, he vuelto a sentir esa fascinación primordial al leer el cuento El libro de arena de Borges —del que también se me escapaban muchas alusiones (y me pregunto si para sentir ciertas epifanías no será importante no entenderlas del todo). Y, sobre todo, he vuelto a encontrarla en la música: en un susurro de Leonard Cohen, un alarido de Tom Waits, de Goyeneche, de Chavela Vargas, de Brel o de Camarón; en el quejido de un cantor anónimo en el barrio viejo de Nápoles o de Lisboa.
Mientras, como se sorprendía Miguelito, “el tiempo no se atranca nunca”. Mafalda, por muchos años que cumpla, sigue teniendo la edad que teníamos entonces y yo, por su culpa, sigo siendo dibujante.
También como ella, hay mañanas, desde mi cama, en las que “cuesta juntar ánimos para bajar al mundo”. Martín Elfman, dibujante
‘Qué afán de interpelación’
Mi generación ha crecido con Mafalda. Hemos crecido con Mafalda. Lo que más me ha gustado siempre de este personaje creado por Quino es su capacidad de interpelación.
Y ahí están todos los personajes que la rodean y nos han permitido identificarnos con su manera de ver el mundo. En mi caso, en quien mejor me siento reflejado es Felipe, toda la vida. Mafalda me gusta, aunque hay algo que no acepto de ella y es que no le guste la sopa, que a mí me encanta. Cergio Prudencio, compositor y director de la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos
Un mundo entre Weber y Mafalda
Haber descubierto como estudiante universitario a Max Weber me llevó al campo de las ciencias sociales. Yo, que había empezado en Bolivia a estudiar Derecho y Filosofía, terminé en Sociología, en Lovaina, luego en Ginebra y París. El planteamiento de Weber, en un momento en que el marxismo se imponía en los ámbitos académicos de Europa y Bolivia, fue algo novedoso, pues vinculaba las formas de ética con la acumulación del capital, dando además otros papeles a las clases, los estamentos y los partidos (con la ideología de la religión protestante). Me movió el piso, dándome otra visión de la realidad, más escéptica, menos determinista, que he mantenido siempre.
Al terminar la universidad, quise hacer mi tesis sobre él, pero un profesor me puso en el rumbo del mundo campesino de Bolivia. En esos años apareció Mafalda. Su ingenuidad y candor eran lo opuesto al ascetismo de los protestantes; las clases medias bonaerenses, con sus ambiciones se abrían al consumo, con los dilemas e ironías, desgarres que ese fenómeno producía en el plano familiar, social y cultural. El humor de Quino denunciaba la aparición de esos fenómenos,el antagonismo de los moldes viejos con los cuños nuevos.
La tira se burlaba de los intelectuales, profesionales, del autoritarismo, de la empleomanía, del trabajo monótono, las burocracias en las que desembocó inesperadamente el racionalismo weberiano. Nadie dejó de leerla. Aprendimos mucho y reímos más de nuestras propias ambiciones. Ya no eran los temas de clases, pero sí el de la libertad, de los derechos individuales.
Quino nos sacó del reducido mundo del capital y el trabajo y vivió lo de mayo del 68, que rompió los moldes de antes , haciendo aparecer los problemas de la planificación racionalizada, de sus beneficiarios y de sus víctimas, algo que Weber entrevió.
Mafalda, en su origen, coincidió con mi regreso a Bolivia. A mi hijo Salvador Ignacio solía leerle Mafalda y le dibujaba afiches, como el “del palito abollador de ideologías”, recogiendo una vieja afición de mi niñez de dibujar. Nos divertíamos mucho con ella que, me daba cuenta, engarzaba bien con las visiones de vida de alguien que como yo pertenece a la clase media y creía que las racionalizaciones son causa de irracionalidades de las que valía la pena sonreír.
En el trabajo, siempre con Weber en mente, me dediqué a hacer chistes a los estudiantes con temas de Mafalda y su clase que no era la que el alemán tenía en mente.
Luego de estudiar (en Punata y Mizque), la adhesión de los campesinos a los partidos políticos o al sindicato, opté por hacer mi doctorado en Europa. Trabajé sobre los movimientos campesinos en Bolivia. Fui el primero en considerarlos y en plantear la presencia de lo que llamé movimientos “arcaicos y modernos”, buscando su sentido global. Y en ese momento, Mafalda me ayudaba a comprender cómo se pensaban las clases medias en ese mundo donde ya comenzaba a perder protagonismo la ruralidad, los campesinos y el obrerismo.
El mundo de Mafalda es el de una clase media que ascendió y recibió los conflictos de una modernidad centrada en la racionalización, no falta de inconsistencias, que Mayo del 68 iba a mostrar en toda su fragilidad. La chiquita cándida e inocentona decía cosas muy serias sobre la vida, los padres, el mundo desde su lugar en las clases medias, que tampoco era el actor del futuro. ¡Qué porvenir para Manuelito, cortando su mortadela en un mundo de ordenadores!
Y me afirmó en la convicción de que la política no se puede hacer para un solo conjunto social , cortado del resto del todo. Tal vez por eso Mafalda, Guille, Susanita desaparecieron cuando el modo de producción informático copó la sociedad.
Mafalda hace falta ahora, en tiempos en que las divisiones se profundizan con falsos discursos sobre lo ancestral, la comunidad. lo auténtico. Ella me asentó en mi visión de que la política nacional debe abarcar a las distintas clases, incluida la media que es el lugar de la llegada de los sectores en ascenso, el elemento de engarce, sobre todo en Bolivia. No he dejado de leerla, no al mundo que no acabó de cuajar en América Latina, que también aparece en otros agudos cartones de Quino. Salvador Romero Pittari, sociólogo.
La Razón
Hasta febrero, los preparativos de la fiesta iban viento en popa, hasta que el progenitor se enteró y quiso frenarlos en seco: en su página oficial se puso tajantemente: “El día de su primera publicación fue el 29 de septiembre de 1964 en la revista Primera Plana. Para Quino es el día del nacimiento de Mafalda como personaje de historieta”.
¿Cómo explicar la confusión? El mismo sitio lo intenta: “El mal entendido se debe a que en una tira del propio Quino publicada el 15 de marzo de 1966, en el diario El Mundo, se dice que habría nacido en 1960. Y en la biografía publicada el 2 de junio de 1968, en la revista Siete Días, el autor afirma que nació “en la vida real el 15 de marzo del 62”. Pero: “Ni una ni otra fecha son de tener en cuenta”. O sea, Mafalda tendría no dos, sino hasta tres fechas de nacimiento. Y, aunque Quino “considera que el cumpleaños de Mafalda es el día de su primera publicación en medios gráficos”, y que la cincuentena habrá que esperarla para 2014, nada impide que quienes admiran al personaje quieran, como el Sombrerero de Alicia, cantarle un ¡Feliz incumpleaños 50!
Que hay deseos de festejar lo comprueba Escape, que recibió la extraordinaria respuesta escrita y gráfica de varios colaboradores, toda vez que entre todos estábamos convencidos de que Mafalda alcanzaba ya nomás el medio siglo. Así que, contra la voluntad del padre —que además insiste en que una niña de historieta será siempre una niña—, nos adelantamos a alegrarnos por la madurez del personaje.
Un poquito de historia
Quino presentó a Mafalda en sociedad, como se tiene dicho, en 1964, con cuatro años de edad y la mantuvo activa hasta el 25 de junio de 1973; la niña tenía entonces ocho años. Cosas que sólo la ficción puede explicar: no creció sino cuatro años en nueve que transcurrieron en verdad.
Que al “morir” tenía toda la vida por delante, no se lo auguraba ni su padre. Y aquí está Mafalda, soplando una velita más, sin que haya dejado de ser la persona que escarba, oportuna como en la década en que vivió, en las heridas que la humanidad se empeña en mantener abiertas.
Mafalda es casi la hija no deseada de Quino: “Fue un encargo, no es que a mí se me ocurriera hacer esta familia. Fue un encargo para un anuncio de publicidad que nunca se hizo. Si debía crear un personaje tenía que tener rasgos muy reconocibles, como esa mata de pelo. Y a medida que la publicaba fui conociéndola, no tenía ni idea de cómo me iba a salir el personaje” (El País, Madrid, 2007).
Le salió ingeniosa, respondona, irónica y con la misma mezcla de pesimismo-optimismo del dibujante argentino-español.
Su creador dirá lo que dice, pero lo cierto es que pocos padres pueden ufanarse de tener una hija tan precoz: capaz de hablar más de 30 idiomas, incluido el griego y el chino, sin haber dejado nunca la primaria. Y exitosa: se ha perdido la cuenta de las reediciones de los libros que reúnen las tiras, los homenajes, los inéditos, etc., etc.
¿Qué tiene esta tira de humor que se empeña en estar vigente?
Quino lo explica por el lado positivo: “La gente necesita identificarse con un personaje con nombre y apellido. Es curioso lo que sucede con Mafalda; la gente la toma como si fuese una persona con vida propia. Me acusan: ‘Por qué mataste a Mafalda’. Como si un dibujo pudiera ser matado. Uno deja de dibujarlo, pero no lo mata”.
Y también por el lado negativo: “Si bien me halaga que se siga leyendo, también es triste pensar que los temas de los que hablaba siguen existiendo, a veces tienen otro nombre pero son los mismos. Lamentablemente muchas cosas no han cambiado. El mundo que existía en 1973, cuando dejé de hacer la tira y que Mafalda tanto criticó, está igual o peor que entonces” (El Malpensante, La Razón, 2000) l
‘Es mi compañera y mi conciencia’
Quiero mucho a Mafalda; es mi compañera y mi conciencia. Fue la que enseñó a leer a mis hijos, fue el regalo (Toda Mafalda ) para mi madre en Eslovenia, donde salía con el nombre de Marjanca. Está sentada en mi taller y me mira y se ríe de mí. Supongo que la muñequita que tengo es una de las truchadas que se han fabricado a partir de Mafalda, víctima de incombatible piratería. Como sea, ella está omnipresente y sigue tan mente fresca como cuando el genial Quino la creó. Pobre Quino, no se va a liberar de ella, a pesar de que después ha creado historias puede ser hasta más geniales. Conocer a Quino personalmente, gracias a Mabel Franco, fue uno de los eventos más importantes de mi vida. Poder charlar con alguien que según su trabajo parece entender y sentir la vida hasta la médula en todas sus tonalidades; pero que en vivo es la persona mas tímida y humilde a pesar de su fama mundial, fue una lección de vida. Cuando las musas se resisten a tocar mi puerta, siempre es saludable agarrar algún librito de Quino y no tardan en aparecer.
En este mundo abundan las Susanitas y “la mayoría manda”; pero sin Mafaldas estaríamos peor, ya que cues- tionar todo nunca hace mal a nadie. Ejti Stih, pintora
‘Son personajes tan humanos’
A Mafalda la conoce todo el mundo, desde mi tía más viejita hasta el último de mis sobrinos. Es uno de los personajes de la historieta mundial que más ha impactado en nuestro país. Una de las cosas que no olvido fue cuando Quino, su autor, llegó a La Paz en 2000 (volvió en 2001) invitado a la feria de libro; en esa ocasión, la fila para recibir autógrafos parecía interminable. Da gusto que tantos compartamos la misma afición y afectos. Pienso que una de las cosas que hace genial a la serie de tiras de Mafalda es la variedad de personajes y su carácter tan entrañable, comenzando por ella, por supuesto, y siguiendo con sus padres, Guille, Felipito, Manolito, Susanita, Miguelito y Libertad. Imagino que mucha gente se identifica íntimamente con un determinado personaje o con la suma de distintos rasgos de varios. Son personajes muy humanos. Susana Villegas, artista
‘De Quino valoro su humor sutil’
Mafalda es el primer referente que tuve del mundo en mi niñez; ella me ayudó a digerir eso de la Guerra Fría y otras cosas. Me encantaba que los personajes fuesen niños. Me enteré de que Quino había decidido “matarla” y hoy, yo que soy dibujante, entiendo cómo un artista puede llegar a quedar aprisionado por sus personajes; aunque después supe que tal muerte no era verdad, sigo pensando que matar a un personaje es algo valiente. De Quino valoro el humor sutil de no caer en algo que se suele usar en el humor gráfico: el hígado, el planfleto. Otra cosa difícil para un artista es encontrar una veta. Quizás Quino no se dio cuenta en principio de que la tenía en Mafalda, y creó otros personajes. De todos ellos, me quedo con Guille: si no puede decir “tortuga”, la patea; es como aprender a dejar las cosas sin dramas. Alejandro Archondo (Arxondo), artista
‘Refleja a la sociedad contemporánea’
Quino es por derecho propio uno de los maestros indiscutibles del humor. Con un estilo de dibujo inconfundible, su influencia llega a varias generaciones de humoristas y ha sido imitado y copiado hasta el cansancio. Con Mafalda ocurre lo mismo que con el Chavo del 8: forman parte del imaginario y la cultura popular latinoamericana, más allá de las fronteras. Sus personajes reflejan como pocos a la sociedad contemporánea, pese a haber sido creados hace tanto. Con seguridad, en algún momento hemos conocido a una Mafalda, Susanita, Felipe o Manolito de la vida real. Sus chistes nos harán reír y pensar por muchos años más, pues no envejecen porque son verdadero arte. Gracias por todo y ¡feliz cumpleaños! Frank Arbelo, dibujante y diseñador gráfico
Una amiga íntima
Quisiera recordar cuándo la conocí, en qué momento exacto entró a mi vida y qué impresiones me causó. Exprimo mi memoria, y nada. Me he enterado que es menor que yo (no mucho) aunque, a estas alturas, ¡hasta tres meses cuentan! Supongo que no puedo recordar con precisión porque, sencillamente, fue siempre parte de mi vida consciente, ésa que dicen comienza cuando ya sabemos leer. Las letras, con ella, eran imprescindibles, porque no bastaba verla, rara vez cambiaba la expresión, había que leerla ¡Y de qué manera! Cada frase contaba, porque, aunque solía tener la última palabra, antes que ella y con ella hablaban otros personajes de la familia y del barrio.
Una familia que podía ser como la de una, con el padre trabajando a disgusto en una oficina de mala muerte (Cada día mandamos un hombre al trabajo y ESTO es lo que nos devuelven) y una madre “ama de casa” haciendo milagros con el sueldo y la cocina (¿Mamá, qué te gustaría ser si vivieras?). Un barrio que podría ser el nuestro, con la tienda abierta casi las 24 horas del día (se habla mucho de depositar confianza pero nadie dice cuánto de interés te pagan), las amistades y enemistades en la misma cuadra y la vida siguiendo su curso.
Cómo nos divertíamos
Así es que, como no puedo recordar cuándo la conocí, supongo que crecí (es un decir, porque, como ella, me quedé por debajo del metro y medio). Fue en la adolescencia cuando, en verdad, hicimos amistad. Por precocidad, acceso e ilustración, ella conocía del mundo (el grande, no el del barrio) mucho más que yo. ¡Cómo nos divertíamos! Compartimos preocupaciones casi angustiosas (Dios mío, cuando nosotros dormimos, los chinos ¡trabajan!); la Guerra Fría nos calentaba (Me revienta tener al comunismo por un lado y al capitalismo por el otro, quedamos como un sándwich, y ya se sabe qué les pasa a los sándwiches); las dictaduras no nos podían hacer callar (Hay que respetar los derechos, que no queden como los diez mandamientos); la injusticia nos rebelaba (¿Qué habrán hecho algunos sures para merecer ciertos nortes?) y criticábamos el destino, nunca inevitable, que el medio mediocre quería destinar a las mujeres.
Con Mafalda, esa niña universal, transité desde los 60 hasta casi los 90 en un mundo con Guerra de Vietnam, dictaduras, carrera espacial, asesinato de Kennedy, onda hippie, psicoanálisis, feminismo y mil otras rebeldías (¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno!) Por eso fue y será mi amiga, aunque ya no hable en tiempo presente y sus angustias parezcan historia. Su historia, la mía. Carmen Beatriz Ruiz, comunicadora social
‘Trascender, sólo lo logra un genio’
Hay una anécdota que lo resume todo: hace unos tres o cuatro años, le preste el libro Toda Mafalda a la hermana menor de Karen Gil (ilustradora), quien nunca había oído hablar de Quino. Se leyó el libro de principio a fin muchas veces y se volvió uno de sus favoritos. Mientras ella lo leía, hablábamos sobre los chistes y ella los entendía perfectamente. ¿Se dan cuenta? Muchos son chistes sobre la coyuntura política de hace casi 50 años y los puedes leer mañana y los vas a comprender y reírte con ellos. Que tu obra trascienda los cambios sociales, políticos, estéticos, tecnológicos, etc., y que siga asombrando a quien se la encuentre por primera vez, medio siglo después que la escribiste, eso sólo lo logra un genio. Marco Tóxico Guzmán, historietista
Mafalda, el origen
Cuando nos conocimos con Mafalda teníamos casi la misma edad. Hacía poco que habíamos regresado a Buenos Aires con mi familia después de algo menos de un año viviendo en San Diego, California. La democracia se acababa de reinstaurar en la Argentina y mi padre decidió —en lo que aún hoy llama su “último ataque de credulidad”— que había que volver. Un día llegó a mis manos un enorme libro muy desgastado, sin lomo, de tapas duras y grises que se empeñaban en soltarse de la precaria encuadernación, y donde estaba dibujada una niña de enorme melena negra, un moño rojo y calcetines verdes: Diez años con Mafalda.
Recuerdo la violenta sacudida de aquel primer encuentro. No entendía muchas de las cosas que decía esa niña criticona, ingeniosa y avasalladora. Otras veces sus ocurrencias y las de sus amigos hacían que rompiera a carcajadas tan fuertes que podía oír a mis padres riendo por contagio en la habitación contigua.
Sin embargo, no estaba sólo en el humor el secreto que me tenía embrujado durante horas. Había algo en la combinación de los cuatro trazos y las pocas palabras que conformaban cada viñeta que me interpelaba. Algo latía ahí en un lenguaje anterior a los Beatles, a la guerra de Vietnam, a la liberación de la mujer y a la sopa. Un lugar anterior a todo, primitivo y deslumbrante, del que surgía el mundo entero que podía contarse con la fuerza bestial de esos cuatro trazos, desde donde Mafalda me hablaba. Mafalda era un oficio que me miraba directamente a los ojos con sus ojos redondos de tinta china y me decía en un lenguaje que entendía sin entender: “Tú eres esto”.
Y la miraba fascinado, como la ardilla mira las fauces del lobo que la está por devorar.
La fascinación se repite
Años después, cuando ya entendía los chistes, he vuelto a sentir esa fascinación primordial al leer el cuento El libro de arena de Borges —del que también se me escapaban muchas alusiones (y me pregunto si para sentir ciertas epifanías no será importante no entenderlas del todo). Y, sobre todo, he vuelto a encontrarla en la música: en un susurro de Leonard Cohen, un alarido de Tom Waits, de Goyeneche, de Chavela Vargas, de Brel o de Camarón; en el quejido de un cantor anónimo en el barrio viejo de Nápoles o de Lisboa.
Mientras, como se sorprendía Miguelito, “el tiempo no se atranca nunca”. Mafalda, por muchos años que cumpla, sigue teniendo la edad que teníamos entonces y yo, por su culpa, sigo siendo dibujante.
También como ella, hay mañanas, desde mi cama, en las que “cuesta juntar ánimos para bajar al mundo”. Martín Elfman, dibujante
‘Qué afán de interpelación’
Mi generación ha crecido con Mafalda. Hemos crecido con Mafalda. Lo que más me ha gustado siempre de este personaje creado por Quino es su capacidad de interpelación.
Y ahí están todos los personajes que la rodean y nos han permitido identificarnos con su manera de ver el mundo. En mi caso, en quien mejor me siento reflejado es Felipe, toda la vida. Mafalda me gusta, aunque hay algo que no acepto de ella y es que no le guste la sopa, que a mí me encanta. Cergio Prudencio, compositor y director de la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos
Un mundo entre Weber y Mafalda
Haber descubierto como estudiante universitario a Max Weber me llevó al campo de las ciencias sociales. Yo, que había empezado en Bolivia a estudiar Derecho y Filosofía, terminé en Sociología, en Lovaina, luego en Ginebra y París. El planteamiento de Weber, en un momento en que el marxismo se imponía en los ámbitos académicos de Europa y Bolivia, fue algo novedoso, pues vinculaba las formas de ética con la acumulación del capital, dando además otros papeles a las clases, los estamentos y los partidos (con la ideología de la religión protestante). Me movió el piso, dándome otra visión de la realidad, más escéptica, menos determinista, que he mantenido siempre.
Al terminar la universidad, quise hacer mi tesis sobre él, pero un profesor me puso en el rumbo del mundo campesino de Bolivia. En esos años apareció Mafalda. Su ingenuidad y candor eran lo opuesto al ascetismo de los protestantes; las clases medias bonaerenses, con sus ambiciones se abrían al consumo, con los dilemas e ironías, desgarres que ese fenómeno producía en el plano familiar, social y cultural. El humor de Quino denunciaba la aparición de esos fenómenos,el antagonismo de los moldes viejos con los cuños nuevos.
La tira se burlaba de los intelectuales, profesionales, del autoritarismo, de la empleomanía, del trabajo monótono, las burocracias en las que desembocó inesperadamente el racionalismo weberiano. Nadie dejó de leerla. Aprendimos mucho y reímos más de nuestras propias ambiciones. Ya no eran los temas de clases, pero sí el de la libertad, de los derechos individuales.
Quino nos sacó del reducido mundo del capital y el trabajo y vivió lo de mayo del 68, que rompió los moldes de antes , haciendo aparecer los problemas de la planificación racionalizada, de sus beneficiarios y de sus víctimas, algo que Weber entrevió.
Mafalda, en su origen, coincidió con mi regreso a Bolivia. A mi hijo Salvador Ignacio solía leerle Mafalda y le dibujaba afiches, como el “del palito abollador de ideologías”, recogiendo una vieja afición de mi niñez de dibujar. Nos divertíamos mucho con ella que, me daba cuenta, engarzaba bien con las visiones de vida de alguien que como yo pertenece a la clase media y creía que las racionalizaciones son causa de irracionalidades de las que valía la pena sonreír.
En el trabajo, siempre con Weber en mente, me dediqué a hacer chistes a los estudiantes con temas de Mafalda y su clase que no era la que el alemán tenía en mente.
Luego de estudiar (en Punata y Mizque), la adhesión de los campesinos a los partidos políticos o al sindicato, opté por hacer mi doctorado en Europa. Trabajé sobre los movimientos campesinos en Bolivia. Fui el primero en considerarlos y en plantear la presencia de lo que llamé movimientos “arcaicos y modernos”, buscando su sentido global. Y en ese momento, Mafalda me ayudaba a comprender cómo se pensaban las clases medias en ese mundo donde ya comenzaba a perder protagonismo la ruralidad, los campesinos y el obrerismo.
El mundo de Mafalda es el de una clase media que ascendió y recibió los conflictos de una modernidad centrada en la racionalización, no falta de inconsistencias, que Mayo del 68 iba a mostrar en toda su fragilidad. La chiquita cándida e inocentona decía cosas muy serias sobre la vida, los padres, el mundo desde su lugar en las clases medias, que tampoco era el actor del futuro. ¡Qué porvenir para Manuelito, cortando su mortadela en un mundo de ordenadores!
Y me afirmó en la convicción de que la política no se puede hacer para un solo conjunto social , cortado del resto del todo. Tal vez por eso Mafalda, Guille, Susanita desaparecieron cuando el modo de producción informático copó la sociedad.
Mafalda hace falta ahora, en tiempos en que las divisiones se profundizan con falsos discursos sobre lo ancestral, la comunidad. lo auténtico. Ella me asentó en mi visión de que la política nacional debe abarcar a las distintas clases, incluida la media que es el lugar de la llegada de los sectores en ascenso, el elemento de engarce, sobre todo en Bolivia. No he dejado de leerla, no al mundo que no acabó de cuajar en América Latina, que también aparece en otros agudos cartones de Quino. Salvador Romero Pittari, sociólogo.
La Razón
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