El recuerdo de la masacre del 24 de mayo de 1965 vive en la mente de los pobladores y mineros de la Mina Milluni, bombardeada durante el Gobierno de René Barrientos.
Milluni es una población que se caracteriza por cobijar a mineros desde su creación. Fue fundada en 1920 con aproximadamente dos familias, entre ellas extranjeros de origen inglés, que administraban los socavones de minerales de la empresa Fabulosa. Desde entonces su población fue creciendo paulatinamente y en 1960 las familias llegaron a 30.
El terreno de Milluni tiene rasgos peculiares que lo diferencian de otras comunidades. Se encuentra en las faldas del nevado del Huayna Potosí, donde el viento viene acompañado de un frío intenso y por los glaciares de las nieves de nevado. Las corrientes de agua dulce están por todos lados formando pequeñas lagunas.
Tiene una escuela, canchas de fútbol, un frontón para jugar tenis, un templo y los pocos muertos del lugar eran enterrados en el oeste del pueblo. Las casas están, en general, bien conservadas. Otras están ubicadas cerca al ingreso de la mina y fueron construidas para las reuniones generales del pueblo.
Todo transcurría tranquilo en este lugar, pese a las dificultades del transporte, hasta mayo de 1965. En ese entonces la silla presidencial de Bolivia estaba ocupada por el general René Barrientos Ortuño (1964-1965). En el contexto nacional, una masacre en diferentes minas del país estaba en ciernes.
El ingreso con la fuerza militar de Barrientos al Gobierno tornaba gris el futuro de las minas debido a las dificultades que atravesaban las empresas mineras productoras de estaño y wólfram, además de las nacionalizaciones. La Corporación Minera de Bolivia (Comibol), la minería mediana y la chica eran las únicas que producían la totalidad de los minerales.
Cementerio de mineros
En honor a los muertos en batalla, un letrero con una leyenda adorna el sacro santo: “Gloria a los caídos en la masacre del 24 de mayo de 1965”. En los costados de la inscripción, dos tanques de cemento y arena encima de las tumbas revelan la nostalgia de un pueblo que no olvidará aquel suceso.
El cementerio se encuentra a una altura de 4.450 metros sobre el nivel del mar y a una hora desde el centro de la ciudad de El Alto. Tiene una extensión de tres hectáreas y es conocido como “el cementerio de los mineros”, empero su nombre correcto es Cementerio de Mina Milluni.
Al llegar, a un kilómetro de distancia desde la carretera, el campo santo se muestra solitario y abandonado. El tiempo ha dejado sus huellas sobre las tumbas y algunos espacios donde antes había cuerpos, hoy están vacíos. El sepulcro más nuevo data de 2011. La vegetación silvestre se extendió por todas partes.
No tiene entrada ni salida pero sí un principio y un final. Todos los que viajan al nevado del Huayna Potosí inevitablemente ven el cementerio porque se encuentra al lado de la carretera y cerca a la tranca de Milluni, que es el ingreso hacia la población.
El deseo de varios mineros de esta localidad es ser enterrados allí. La masacre y el trabajo diario influyeron en la decisión de Agustín Condori Poma, quien murió a los 75 años por el mal de mina. “Su último deseo fue querer ser enterrado junto a los caídos de la masacre”, según relata el ex minero Rómulo Limachi.
Una guerra desigual
La crisis de la minería boliviana afectó a todos los sindicatos mineros. Fruto de aquello, en La Paz la radio Continental fue callada con morteros y junto a ella murieron dirigentes. La Mina Milluni fue bombardeada con aviones de la Fuerza Aérea Boliviana (FAB) el 24 de mayo de 1965, desencadenando una masacre.
Los pocos sobrevivientes de la masacre en la Mina Milluni hoy están enterrados junto a las tumbas de sus compañeros que no tuvieron la suerte de escapar al bombardeo. Muchos hijos de los que allí cayeron recuerdan el suceso.
“Durante un mes estábamos en alerta de lucha. Nuestros papás se preparaban con fusiles Mauser y bombas caseras fabricadas con pólvora, arena y vidrios. Yo tenía seis años, pero sabía que el presidente Barrientos estaba buscando a los dirigentes para matarlos. El dirigente Natalio Mamani se fue a esconder a uno de los tubos de agua”, relata Valentín Mamani, hijo de un minero del mismo nombre.
Sentado en una silla en el comedor del campamento, Valentín recordó cómo ese 24 de mayo los mineros se aliaron con los pobladores de la comunidad de Zongo para hacer frente a los militares de la FAB, porque corría el rumor del bombardeo al campamento Milluni. La radio Wayna Potosí, que en ese entonces funcionaba, tenía que ser destruida de la misma forma que otras emisoras mineras en el país.
El objetivo del ataque con aviones, tanques y soldados de la FAB a Milluni era acallar la radio, apresar a los dirigentes y de esa manera acabar con la huelga de hambre que se realizaba en varios centros liderada y organizada por la Central Obrera Boliviana.
Los mineros buscaron una estrategia. Agarraron a cuatro militares y los ataron en las antenas de la radio para que en ese lugar no caigan las bombas. Mientras realizaban esa hazaña con los explosivos preparados por los mineros derrotaron a un avión que cayó de inmediato.
La victoria estaba por llegar por el norte cuando por el sur del campamento soldados armados entraron para contraatacar por las espaldas. No pudieron hacer nada porque otras vidas estaban en peligro, relató Mamani.
Una derrota previsible
Max Cerón, descendiente del dirigente de esa época Buenaventura Cerón, recuerda que era inevitable la derrota de los mineros porque con los militares atados en las antenas la furia de los soldados era aún mayor y atacaron con aviones y bombas.
Las bajas de los mineros eran muchas y la sangre corría por todos lados. Un estudiante que llevaba comida para su padre, escondido en su cuerpo, cuando pasaba por las montañas murió en el camino a causa de la explosión de una bomba.
No recuerda cuántos mineros perdieron la vida debido a que los cuerpos de los fallecidos estaban por todos lados. En los ríos, en la montaña y hasta enterrados en las mismas trincheras por la fuerza de los explosivos.
La historia del pueblo de la Mina Milluni se escribió con sangre. Los mineros no tuvieron más que dispersarse por la ciudad de El Alto y La Paz y muchos perdieron sus fuentes de trabajo.
Tras el fallecimiento de los trabajadores, el cementerio, que albergaba a una mínima parte de la población, creció con los cadáveres de los caídos. Además como recuerda Rómulo Limachi -ex minero y jefe de la Unidad de Turismo de El Alto- todos los cuerpos enterrados allí son de mineros, hijos, esposas y familiares de los mismos.
La nostalgia de la masacre está enterrada en las tumbas de los héroes, pero el recuerdo siempre vivirá en los mineros de esa población. Todos hablan y conocen que un 24 de mayo los mineros de la comunidad se enfrentaron a un todo un ejército.
Página Siete
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