“He pasado más tiempo en este puesto que en cualquier otro lugar”, dice Miguel Ángel Cruz con la mirada hacia la calle llena de autos y con personas que esperan comprar los famosos raspadillos y empanadas que este comerciante vende, desde hace 27 años, en la plaza España.
Comenzó a trabajar en el puesto ayudando a su padre, Pedro Cruz Limachi, quien inició el negocio 56 años atrás y que aún sigue atendiendo para deleitar a niños y grandes con helados, raspadillos y empanadas.
“Mi padre me traía aquí de wawa, él me ha enseñado todo lo que sé, y cuando cumplí 15 me encargué del negocio”.
Al lado del puesto, un enjambre de abejas hambrientas zumba y Miguel se acerca y les sirve en un plato el dulce jarabe de naranja que preparó con su padre.
“Así mantengo a las abejas lejos de mis clientes”.
La misma operación se repite muchas veces durante el día, las abejas son voraces y Miguel muy paciente con ellas.
“No puedo hacerles daño o ahuyentarlas; si no fuera por ellas no tendríamos jarabes”, sonríe y vuelve a su puesto.
El raspadillero se muestra cariñoso con estos insectos, les pide que no molesten a los clientes y señala que siente fascinación por sus costumbres y la manera en la que son atraídas por los dulces jarabes que prepara junto a su padre.
Miguel Ángel saluda a quien pasa, conoce a todos los demás vendedores de la plaza, algunos de ellos desde que era un niño.
“Con algunos de ellos jugué fútbol, escondidas o canicas, con muchos me sigo saludando”.
Sus ojos se pierden cuando habla de esos días, había más niños y más ancianos en la plaza, ahora son familias las que vienen y le compran raspadillos a él y a su padre, quien se niega a dejar el puesto y atiende en las tardes y ayuda los fines de semana.
La ciudad ha crecido alrededor de la plaza, se han construido edificios y la misma calzada ya no es la de hace 20 años, pero Miguel manifiesta que la esencia de la plaza se ha mantenido.
“Hay vecinos que todos los días pasan por aquí, de la misma manera que cuando yo era un niño, pareciera que ellos no se han percatado de los cambios”.
Pese a los cambios dice que sus mejores clientes siempre han sido los niños, quienes nunca han dejado de consumir sus raspadillos.
Con el tiempo ha visto gente irse y venir. Entre esos vecinos se encuentra el exalcalde Juan Del Granado, quien llegó con sus hijos, y Miguel dice que los vio crecer.
“El exalcalde siempre que podía daba vueltas por la plaza, yo lo veía cuando armaba el puesto con mi padre, y los fines de semana por la tarde sus hijos venían a comer empanadas y tomar helados de mi puesto”.
Comenta que desde su puesto ha visto además cómo vecinos de Sopocachi se organizaron hace unos años para combatir el racionamiento de alimentos durante jornadas de protesta.
Una tradición familiar
Cuando el padre de Miguel, Pedro Cruz Limachi, empezó a trabajar en la plaza, sólo tenía un rastrillo, un bloque de hielo y los jarabes sobre una mesa en la esquina de la calle Víctor Sanjinés y Méndez Arcos; sin embargo, Miguel recuerda que era más cómodo trabajar así.
“La gente se acercaba y te saludaba de lejos, ahora con los nuevos puestos la interacción se hace más difícil”.
Hace diez años la Alcaldía cambió los puestos armados por los vendedores y los reemplazó por módulos de metal, más pequeños pero resistentes e impermeables.
Miguel recuerda que en un principio él solamente ayudaba a su padre, pero poco a poco fue comprometiéndose con el oficio.
“Uno se va acostumbrando, va adaptándose al trabajo y termina por amarlo, así lo hizo mi padre conmigo”.
Página Siete
No hay comentarios:
Publicar un comentario