Es sabido que en las pampas argentinas se produce quizás la mejor carne del continente. Y que los gauchos son los grandes maestros de saberla cocinar a la parrilla. Falcao García aprendió a hacer asados en Buenos Aires, donde es habitual que el combo de jugadores, tras un domingo frenético de fútbol, se reúnan un lunes a degustar un asado en la casa de cualquier colega, para repasar lo que ocurrió, malo o bueno, el día anterior.
Edgardo Cuqui López lo sabe muy bien. Goleador nato, fue una de las figuras del Tolima y el América de Cali en la década de los sesentas. Llegó a los 19 años a la costa barranquillera, motivado por por las historias que se tejieron alrededor de Pedernera, Rossi y Di Stéfano. Y decidió quedarse para siempre. Tras su retiro, fue ayudante técnico del Vasco Juan Eulogio Urriolabeitia, en el Santa Fe memorable de la década de los ochentas de Gottardi, Odine, Grimoldi, Perazzo, Umaña… y, claro, Radamel García, el padre de Falcao.
Que hubiera salido futbolista fue un milagro. Porque el padre del Cuqui era un gaucho, capataz de una estancia donde atendía a más de 150 trabajadores. Era un experto en parrilla, pero no tenía idea de lo que era un balón. En ese ambiente creció el Cuqui y heredó todos los secretos de un buen parrillero. Después de haber sido propietario de barrios restaurantes especializados en Bogotá, ahora disfruta de hacer asados por encargo, y de desfilar por las ferias gastronómicas nacionales.
Nadie como él para enseñarnos a disfrutar de una buen asado argentino.
El ritual
Un asado está concebido para atender a los amigos y dura aproximadamente unas cinco horas, durante las cuales el parrillero destapa primero un vino; va ofreciendo las llamadas “achuras”, como chorizos, morcillas, chinchulines (chunchullo), etcétera, y luego la variedad de carnes que tenga dispuesta para sus comensales, que la van degustando poco a poco, como en una picada. Lo importante, más allá de la comida, la oportunidad para el deleite de la tarde y la conversación. ¡Sin afanes!
Cromos
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