1 ago.- El pasado domingo 28, en ocasión de la segunda promesa, previa a la “entrada” folklórica en devoción a la Virgen de Urkupiña, se advirtió una disgregación de las principales autoridades del municipio de Quillacollo.
Si admitimos que la Festividad de Urkupiña en un evento eminentemente religioso, para ello, la Ley Nacional 2536 de octubre 2003, habilitó el funcionamiento de una Comisión Interinstitucional, encargada de todo el proceso organizativo y promocional; a la fecha, esta instancia adolece de autoridad y de criterios convergentes e integracionistas.
La población evidenció el pasado domingo, que un par de esas autoridades, presidieron el desfile folklórico de manera aislada, y las demás ni siquiera aparecieron, no obstante, el slogan festivo pone de relieve el concepto de integración, y que además se lo impulsa de manera intensa e incisiva, sin embargo, los miembros de la Comisión Interinstitucional, hicieron todos los esfuerzos directos e indirectos, para protagonizar ese censurable “fraccionamiento y desintegradora” demostración, y ojalá sea solo sea una simple contingencia.
La representación eclesial, definitivamente ausente. Se considera que, ésta es la autoridad y principal central, por la naturaleza de la actividad religiosa, seguramente, tendrá explicaciones razonables de su posición observadora, ante las fricciones y roces entre sus miembros.
En días precedentes, el alcalde y el presidente de los folkloristas, protagonizaron un impasse público, cuyas consecuencias al parecer no lograron superarlos. Mientras que los otros dos componentes de la Comisión Interinstitucional: la representación de la Gobernación Departamental y del Viceministerio de Turismo, ni se asomaron.
Ese distanciamiento de las autoridades y en las vísperas de la celebración de la Festividad, no hace más que lesionar el exitoso desarrollo de la máxima manifestación religiosa del país.
Corresponde al Arzobispado de Cochabamba, en su calidad de presidente de la Comisión Interinstitucional, observar este comportamiento de cada uno de los miembros, porque su silencio en esta ocasión y en las anteriores, al margen de perjudicar la práctica de una mayor expresión de fe, frena la vorágine espiritual que debía contar.
Esta conducta de los “hijos malcriados”, inmediatamente generó comentarios de la población, orientados a calificar al proceso organizativo de una notoria debilidad corporativa, y que, obviamente, afecta a la totalidad de la población quillacolleña, como también a la región.
Probablemente, el carácter provincial y pueblerino aún hegemonizan sus pensamientos de los integrantes de la citada Comisión, sin advertir, que esta principal manifestación religiosa, arrasó las fronteras geográficas y en los cientos de sitios donde se reproduce esta expresión espiritual, están alertas a lo que ocurre en el epicentro de la festividad: Quillacollo, con cuyas desavenencias internas de sus encargados, en las vísperas de los eventos fastuosos, no hacen más que ultrajar este regocijo general.
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